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4/6/16

Un relato, la mirada de Miranda July

Nadie es más de aquí que tú
Por Miranda July
(EE.UU.-1974)

"El departamento estaba muy silencioso. Crucé la cocina de puntitas de pie y apreté la cara contra el congelador, aspirando los olores complejos de aquellas vidas. Había algunas fotografías de niños en la puerta de la heladera. Tenían amigos, y esos amigos habían dado origen a más amigos.
Nunca había visto nada tan íntimo como las fotografías de aquellos niños. Quería alargar la mano y tomar la bolsa de plástico que había encima de la heladera, pero a la vez quería mirar a cada uno de aquellos niños.
Uno se llamaba Trevor, e iba a celebrar su fiesta de cumpleaños ese sábado. ¡Por favor, vengan!, rezaba la invitación. ¡Vamos a alucinar como las ballenas! Y la invitación era la imagen de una ballena. Era una ballena auténtica, una fotografía de una ballena de verdad. Examiné sus diminutos y sabios ojos y me pregunté dónde se encontraría en aquel momento. ¿Estaría viva y nadando, o habría muerto hacía ya mucho tiempo, o se encontraría moribunda en ese preciso instante? Cuando muere una ballena, va cayendo al fondo del mar muy lentamente, y tarda un día entero en hacerlo.
Los demás peces la ven caer, como si fuera una estatua gigante o un edificio, pero lentamente, muy lentamente.


Centré mi atención en aquel ojo. Trataba de meterme en su interior, de llegar hasta la ballena de verdad, la ballena moribunda, y susurré: No es culpa tuya."


Miranda Jennifer Grossinger conocida artísticamente comoMiranda July (BarreVermont15 de febrero de 1974), es una artista, músico, escritora, actriz y directora de cine estadounidense.

30/12/09

Henry Miller - Carlos Morales




Crazy cook

Un día, entrada ya la tarde, saltó de la cama como electrizado, devoró una copiosa comida (...) y empezó a escribir. (...) Las palabras se alzaban en su interior como lápidas sepulcrales (...) los ojos de sus palabras eran guitarras y llevaban enhebrados cordones negros, y él ponía sombreros extravagantes a sus palabras (...) Hizo sentar a las palabras y las ató a la silla con sus cordones negros y luego cayó sobre ellas y las fustigó hasta que la sangre corrió negra y se rasgaron los velos de los ojos.

Qué se puede decir más de lo que se dice así. Y esto lo escribió antes de irse a París, antes de "Trópico de Cáncer"
Algunos piensan que hay que quitarle el exceso de poesía a la narración, eso depende de los gustos, de lo que se espera de un libro, o de lo que no se espera.

Porque me embargaba un gran amor capaz de hacerme
romper en llanto,
y una pena que irritaba mis ojos como una ortiga,
temía ponerme a sollozar de repente
en el transporte público con Marley sonando,
y un niño mirando sobre los hombros
del conductor y los míos hacia las luces que se aproximaban,
hacia el paso veloz de la carretera en la oscuridad del campo,
las luces en las casas de las pequeñas colinas,
y la espesura de estrellas; les había abandonado,
les había dejado en la tierra, les dejé para que cantaran
las canciones de Marley sobre una tristeza real como el olor
de la lluvia sobre el suelo seco, o el olor de la arena mojada,
y el autobús resultaba acogedor gracias a su amabilidad,
su cortesía, y sus educadas despedidas

a la luz de los faros. En el fragor,
en la música rítmica y plañidera, el exigente aroma
que procedía de sus cuerpos. Yo quería que el autobús
siquiera su camino para siempre, que nadie se bajara
y dijera buenas noches a la luz de los faros
y tomara el tortuoso camino hacia la puerta iluminada,
guiado por las luciérnagas; quería que la belleza de ella
penetrara en la calidez de la acogedora madera,
ante el aliviado repiquetear de platos esmaltados
en la cocina, y el árbol en el patio,
pero llegué a mi parada. Delante del Hotel Halcyon.
El vestíbulo estaría lleno de transeúntes como yo.
Luego pasearía con las olas playa arriba.
Me bajé del autobús sin decir buenas noches.
Ese buenas noches estaría lleno de amor inexpresable.
Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en la tierra.
Entonces, un poco más allá, el vehículo se detuvo. Un hombre
gritó mi nombre desde la ventanilla.
Caminé hasta él. Me tendió algo.
Se me había caído del bolsillo una cajetilla de cigarrillos.
Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas.
No deseaban nada, nada había que yo pudiera darles 
salvo esta cosa que he llamado «La Luz del Mundo».

Carlos Morales