10/2/09

El juicio - segunda parte -


El acusado frunce el ceño al principio, confundido por la mota de algodón. Luego, sonríe alejada ya su atención de lo que el último testigo dice, ese testigo que comprendiendo su obligación ciudadana y sintiéndose importante, aquel día se levantó temprano, se acicaló y se presentó a declarar. Se cree seguro de lo que vio, lo ha contado innumerables veces a sus amigos, parientes y luego, al abogado de la acusación, mas, en aquel momento en que el reo sonríe al ver la pelusa, deja de hablar, perplejo. Y se pregunta: - ¿cómo puede sonreír en un momento como éste? ¿Es que no se da cuenta de la situación en que se encuentra? – permanece en silencio mientras una leve mueca de sorpresa se instala en su cara.

El fiscal ha notado un quiebre en ese momento, un punto de inflexión al que le teme porque, por segunda vez en veinte años, un presentimiento, una voz interior le dice que algo va mal. Terriblemente mal.

El acusado ha dejado de sonreír, pero ahora su mirada refleja una total calma interior y eso afecta al testigo, al jurado y al juez.
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