17/1/13

José Watanabe




EL CAMISON 
Mi madre dejaba su camisón colgado de la percha
cuando se iba al mercado
o a intercambiar infortunios con sus vecinas.
El camisón de mi madre tenía tetas, tetas
inagotables.
Eran la mejor fábrica de ese mundo perdido,
considerando que había otras igualmente silenciosas
donde se destilaban la sangre, las resinas,
y la savia de los grandes ficus de la plaza.

Mi madre, como los animales milagrosos, comía
hierba, miel y tierra
y producía leche de diferentes sabores, sin olvidar
los tóxicos.
Primero alimentaba a los muertos. Las madres perdían
muchos niños en el fondo de esas casas lúgubres.
Ellos les merodeaban siempre los senos
y yo imaginaba que bebían
mientras ellas se limpiaban a solas los pezones en los patios.
Yo estoy vivo. Mira ahora mis huesos, limpios y blancos
como lirios
porque tuve, entre vestidos viejos,
los mejores surtidores de la tierra, dos tetas pródigas
dejadas cuidadosamente en un camisón de lino.

José Watanabe


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