¿CÓMO SE ESCRIBE UN GRAN COMIENZO?
Por Federico Córdoba
Fundación TEM
“Parece que en un prólogo lo más difícil es la primera frase. Bien: ya la he dejado atrás”, escribió Guillermo Piro en el texto que antecede a la edición argentina de Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Esa noción de dificultad que asoma en la primera frase de un prólogo, o de cualquier texto, aparecerá durante toda la historia de la literatura. Pero, ¿cómo se escriben las primeras líneas? ¿Cómo se construye un gran comienzo? Hace unas semanas, impulsado por la cuenta del escritor colombiano Ricardo Silva Romero (Autogol, Tic) en la red social Twitter (@RSilvaRomero) -donde instó a sus seguidores a twittear grandes comienzos de la literatura universal- pensamos desde la Fundación Tomás Eloy Martínez hacerle unas preguntas al autor de En orden de estatura sobre qué significa un comienzo y si existe una fórmula para construirlos. Además, convocamos a cuatro escritores argentinos para que seleccionen su inicio predilecto y nos cuenten el por qué de esa elección.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía”, inauguró Nabokov su celebérrima novela allá por 1955. Silva Romero -que catalogó el origen de Lolita como un gran comienzo, pero que a la hora de elegir el suyo optó por el inicio de La metamorfosis, de Franz Kafka-, sugiere que el puntapié de la obra “tiene que ser un verso, una verdad. Tiene que ser como un puño que se va abriendo: un hecho del que parten todos los hechos como el punto Usted está aquí en los mapas”. Una verdad palpable. Un certificado de autenticidad. En ese registro podría situarse el comienzo de El extranjero, de Albert Camus: “Hoy murió mamá”. O, también, el de El Túnel, de Ernesto Sabato: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el hombre que mató a María Iribarne”. Sin embargo, para el escritor colombiano, la única diferencia entre un buen comienzo y un gran comienzo es que además de compartir el tono, el contenido y las reglas del relato, un gran comienzo es un verso identificable: “Yo tenía 12 años la primera vez que anduve sobre el agua”, de Mr. Vértigo de Paul Auster.
¿Hay una fórmula para concebir la primera frase de un libro? El escritor colombiano asegura que “más que una fórmula, es un instinto: una reacción, como los gestos de superviviencia o la tendencia a enamorarse que todos llevamos adentro. Quien quiera dar con un buen comienzo tiene que hacerle caso a su instinto”. Y finaliza: “Los comienzos torpes suceden cuando el escritor se sienta a escribir y a ser inteligente; los buenos, cuando el narrador tiene la necesidad, el afán, la urgencia, de decir lo que ha visto, lo que ha sentido, lo que ha aprendido”.
¿Hay una fórmula para concebir la primera frase de un libro? El escritor colombiano asegura que “más que una fórmula, es un instinto: una reacción, como los gestos de superviviencia o la tendencia a enamorarse que todos llevamos adentro. Quien quiera dar con un buen comienzo tiene que hacerle caso a su instinto”. Y finaliza: “Los comienzos torpes suceden cuando el escritor se sienta a escribir y a ser inteligente; los buenos, cuando el narrador tiene la necesidad, el afán, la urgencia, de decir lo que ha visto, lo que ha sentido, lo que ha aprendido”.
Cuatro escritores argentinos eligen su comienzo favorito y nos cuentan el por qué.
Ángela Pradelli – A la deriva, de Horacia Quiroga.
“El hombre
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho”. pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho”. pisó algo blancuzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yaracacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
Dice Pradelli:
Todo el cuento está en los primeros renglones. La experiencia y el modo en que la vida, en un segundo, cambia y entonces, a partir de ese momento, el mundo es otro.
A veces pienso que para construir un relato hay que hacer caminar a los personajes por una cornisa, que se paren en la visagra que va de la vida a la muerte, o viceversa. Este cuento de Quiroga, que es realismo puro, puede sin embargo ser también una metáfora de esa poiesis.
A veces pienso que para construir un relato hay que hacer caminar a los personajes por una cornisa, que se paren en la visagra que va de la vida a la muerte, o viceversa. Este cuento de Quiroga, que es realismo puro, puede sin embargo ser también una metáfora de esa poiesis.
Matilde Sánchez - El Bautismo, de César Aira.
“De pronto, en medio de la noche de invierno más oscura y borrascosa que pudiera imaginarse, con un viento que ademàs de traer fríos lamentables y sacudir el aire en todos los sentidos aullaba de un modofrancamente incomprensible, entre nubes que pasaban rozando la superficie estremecida de la pampa, un animalito subterráneo levantó vuelo involuntaramente arrastrado por las ráfagas”.
“De pronto, en medio de la noche de invierno más oscura y borrascosa que pudiera imaginarse, con un viento que ademàs de traer fríos lamentables y sacudir el aire en todos los sentidos aullaba de un modofrancamente incomprensible, entre nubes que pasaban rozando la superficie estremecida de la pampa, un animalito subterráneo levantó vuelo involuntaramente arrastrado por las ráfagas”.
Dice Sánchez:
Así comienza El bautismo y así sigue durante una página y media sin punto aparte y ya estamos allí, de la mano (pata, garra o pluma) de ese animalito narrador cuya morfología y especie no reconoceremos pero que es de mal agüero y anuncia lo excepcional y ominoso de esa noche en la que nacerá el niño peronista…. Y será al ñudo que lo bauticen.
Se cumplen 20 años de la publicaciòn de esta novelita nunca reeditada pero que me sigue pareciendo el non plus ultra de César Aira.
Se cumplen 20 años de la publicaciòn de esta novelita nunca reeditada pero que me sigue pareciendo el non plus ultra de César Aira.
Claudia Piñeiro – Las gomas, de Alain Robbe Grillet
“1. En la penumbra de la sala de café; el dueño dispone las mesas y las sillas, los ceniceros, los sifones; son las seis de la mañana.
No tiene necesidad de distinguir bien las cosas, ni siquiera sabe lo que hace. Todavía está dormido. Leyes muy antiguas regulan los pormenores de sus gestos, que por una vez escapan al fluctuar de las intenciones humanas; cada segundo marca un puro movimiento: un paso hacia un lado, la silla a treinta centímetros, tres sacudidas con el trapo; media vuelta a la derecha, dos pasos hacia adelante; cada segundo lleva el compás, perfecto, igual, sin grumos. Treinta y uno. Treinta y dos. Treinta y tres. Treinta y cuatro. Treinta y cinco. Treinta y seis. Treinta y siete. Cada segundo tiene su sitio exacto.
Desgraciadamente, el tiempo pronto dejará de mandar. Envueltos en su cerco de error y de duda, los acontecimientos de este día, por pequeños que puedan ser, van a empezar su trabajo dentro de breves momentos, minando progresivamente el orden ideal e introduciendo solapadamente, aquí y allá, una inversión, un desequilibrio, una confusión, un recodo, para llevar a cabo lentamente su obra: un día de principios de invierno, sin plan ni dirección, incomprensible y monstruoso.”
No tiene necesidad de distinguir bien las cosas, ni siquiera sabe lo que hace. Todavía está dormido. Leyes muy antiguas regulan los pormenores de sus gestos, que por una vez escapan al fluctuar de las intenciones humanas; cada segundo marca un puro movimiento: un paso hacia un lado, la silla a treinta centímetros, tres sacudidas con el trapo; media vuelta a la derecha, dos pasos hacia adelante; cada segundo lleva el compás, perfecto, igual, sin grumos. Treinta y uno. Treinta y dos. Treinta y tres. Treinta y cuatro. Treinta y cinco. Treinta y seis. Treinta y siete. Cada segundo tiene su sitio exacto.
Desgraciadamente, el tiempo pronto dejará de mandar. Envueltos en su cerco de error y de duda, los acontecimientos de este día, por pequeños que puedan ser, van a empezar su trabajo dentro de breves momentos, minando progresivamente el orden ideal e introduciendo solapadamente, aquí y allá, una inversión, un desequilibrio, una confusión, un recodo, para llevar a cabo lentamente su obra: un día de principios de invierno, sin plan ni dirección, incomprensible y monstruoso.”
Dice Piñeiro:
Elegí el inicio de Las gomas de Alain Robbe Grillet. No puedo decir que es el que más me gusta de la literatura porque quizás me preguntan más adelante y elijo otro. Son varios. Pero creo que es un comienzo del que se puede aprender mucho: con gran economía de recurso, con una prosa despojada e impecable, genera un gran suspenso. No muchos lo logran: generar suspenso con gran destreza narrativa, lingüistica y de estilo en un intento constante por hacer literatura experimental.
Omar Genovese – La causa justa, de Osvaldo Lamborghini
“En la biblioteca inembargable de un linotipista erudito, no tan viejo pero sí al borde de la muerte (un nombre con varias pronunciaciones –Luis Antonio Sullo–, infatigable en su lucha para que los libros dijeran lo que alguna vez susurraron: no leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos. Lo que alguna vez quisieron decir, y lo dijeron, mucho mejor que sus rayas debajo de las letras, lo que querrán decir alguna vez –no se los ve muy apurados– aquí, aquí el presente) al borde de su última herejía, porque así mueren los histéricos, antes llamados posesos, de cáncer a los 56 años: Buenos Aires, aquí el presente. Podremos entonces tirar a la basura toda esa basura, esa trama de rayas en los libros que fingías enseñarnos, esa manera tan “suya” de subrayar y no leer que te envidiamos (siempre) / aprovechamos el rato que le falta para insultarlo. La oportunidad se ha presentado y no habrá otra. Está en su cama, fresco como una rosa: por fin la enfermedad, gracias a los muchos cuidados, terminó por florecer (Buenos Aires, seguro, ¿pero aquí el presente?). El cuerpo de Sullo tendido en la cama, la cabeza casi blanca: –pero el presente como un regalo: –¿Aquí el presente?– solía preguntar en asamblea (siempre extraordinaria), pero para agregar en seguida, señalando el índice en varias direcciones. (…)”
Dice Genovese:
La palabra no es un molde ni la esencia de algún objeto inaprensible, tampoco la anécdota de cuándo, en qué momento, la piedra cayó en el estanque memorioso y arrasó toda quietud junto a la norma vigente. Cuál fue el comienzo de texto que cambió la cosmogonía del íntimo lector, ése que uno cree ser y ya no es, fuera de sí, en la reverberación del acto de escribir su propio incordio. El párrafo valioso, astro que invirtió la gravedad: detuvo el tiempo. Cada tanto pienso en los universales: Moby Dick traducido por Pezzoni, o Historia de dos ciudades de Dickens. Y en la arquitectura modesta castellana, entre los yuyos atolondrados del vacío territorial argentino, ¿qué substancia rompió la fórmula mágica del oficialismo textual? ¿Quién renegó de toda maestría para vaciar la conjetura infinita de leer-se y ser-leído?
La palabra no es un molde ni la esencia de algún objeto inaprensible, tampoco la anécdota de cuándo, en qué momento, la piedra cayó en el estanque memorioso y arrasó toda quietud junto a la norma vigente. Cuál fue el comienzo de texto que cambió la cosmogonía del íntimo lector, ése que uno cree ser y ya no es, fuera de sí, en la reverberación del acto de escribir su propio incordio. El párrafo valioso, astro que invirtió la gravedad: detuvo el tiempo. Cada tanto pienso en los universales: Moby Dick traducido por Pezzoni, o Historia de dos ciudades de Dickens. Y en la arquitectura modesta castellana, entre los yuyos atolondrados del vacío territorial argentino, ¿qué substancia rompió la fórmula mágica del oficialismo textual? ¿Quién renegó de toda maestría para vaciar la conjetura infinita de leer-se y ser-leído?
A mi generación le tocó un país viudo. Y si el novelista espantó a Roberto Bolaño, no todo está perdido. Siempre, siempre, se vuelve a comenzar. O la realidad de la palabra, su desajuste, nunca termina, no tiene paz. Paradojas de un continuo, por encima del destino individual; miseria, escarnio, olvido, desazón biográfica, incredulidad, asombro. Si la enseñanza es una institución, en su resaltado objeto de recomendaciones, con la corrección guiada sin sobresaltos, ¿qué armas recargaron el futuro de la lectura abandonada? ¿Cuál la nueva matriz curiosa? Un lector acrecienta la sed por influencia del fragmento que, a la vez, conjetura el posible abismo del propio pensar, incentivado hasta el sueño o pesadilla.
La virtud del siguiente comienzo, tal vez en la idea supra teórica que lo rige, anidan tesoros de una bondad excesiva: el corte (esa herida expuesta al comenzar) hace posible la totalidad de un imaginario universal. Poema, prosa, crítica, ensayo, biografía, panfleto, anécdota y oralidad sin fin. No es, sin embargo, mezcla del azar. Hay respiración, renuncia a la condición propia, a toda geometría que ofrezca noción de certeza, y sumisión. El gran tajo orillero (ya sin referencia o brújula: renegando de la paternidad en discípulos o adláteres, sin baraja para levantar apuesta por linaje…) de Osvaldo Lamborghini, sangre fluyendo por la letra con su metrónomo impúdico. Una geografía lenguaraz del descarne. Deberán, los que quedan rumiando lo escrito con pulsión expresiva, saber, hacerse cargo de tal riesgo.
Fuente: Fundación Tomás Eloy Martínez
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