Querido Barbijo:
No hay palabra que me nombre. No.
No hay palabra que me nombre, que nos nombre; digo... a los que estamos de este lado de la herida.
Hay palabras adaptadas. Hay otras que están faltando.
Porque, ¿cómo se nombra a la amiga de un desaparecido?
¿y a la compañera?
¿al padre? ¿a la madre?
Tantas veces te escribí imaginarias cartas...
Sin destino. Sin estampilla. Sabiendo que me entenderías porque fue mucho lo que nos conocimos, fue mucho lo que nos quisimos y corto el tiempo que nos dieron.
Hoy me siento a contarles a los demás un poco de tu historia: a los que quizás están viendo por primera vez tu foto. Quien te dice... en una de esas, alguien sepa lo que hace tanto tiempo espero que me digan: qué fue de vos en la oscura noche.
Conocí a Barbijo en una toma del Comedor Universitario. Los estudiantes que formábamos interminables colas para acceder al almuerzo, fuimos llamados a colaborar cubriendo la ausencia de los cocineros. Y allí estaba él. El que con ingenio logró lo que otros no podían, encender esas complicadas cocinas y organizar la tarea de cada uno. Ahí recibí de Víctor la primera enseñanza de las tantas que vendrían luego.
En la segunda oportunidad lo tenía sentado frente a mí en una reunión. Era un aula de la Ciudad Universitaria. Mientras el debate se llevaba a cabo, Barbijo se empeñó en arreglar la cerradura que había advertido rota al llegar, sin perder el hilo de lo que allí se discutía. Es que su sentido de la responsabilidad no le permitía pasar por alto ese detalle y lo expresó claramente: "lo que pertenece a la comunidad debe ser mantenido en condiciones en la medida de nuestras posibilidades y somos nosotros quienes debemos ser coherentes a nuestros principios en la búsqueda del hombre nuevo"
Así, con esas características, con esa claridad, era Víctor Hugo.
Comenzamos a compartir la militancia en la Facultad de Arquitectura, donde la lucha por reivindicaciones estudiantiles nos mantenía en contínua actividad y se fue forjando una amistad muy fuerte que nos hacía inseparables...
Y aquí mi amiga, la amiga de Barbijo, hace un alto en su relato, mientras se entrecruzan sus recuerdos con los míos, yo tengo diez años menos que ella, mientras ella militaba en la Facultad, yo iba al primario, compartíamos sin conocernos aún una ciudad, sus calles, el amor, el viento, la música, la alegría y el miedo.
Esta historia sigue, mientras suena en mi cabeza "Noches de blanco satin" de los moody blues.
http://www.youtube.com/watch?v=9muzyOd4Lh8&feature=related
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. Carta a un amigo desaparecido
por Ernst Jönger
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Fuente: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/9357/Carta_a_un_amigo_desaparecido
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me gusta leerte de este lado
ResponderEliminarla música hace lo suyo también
un placer
y hablando de fantasmas...
hay más de lo que creemos
beso