La canción resuena siempre
El destino común
es aquello que vuelve,
a veces es la fe
quien va adelante o es
filo de la razón
que hiere pero otorga
un soberbio estado
de claridad que aquieta,
controla horror y sueño
mas su destino es caer
tocada por su propio
filo y el desorden
que nunca es presa, es
trampa el orden, su ingenua
intención de encerrar
en un vaso el oceáno
Si se dieran lugar
cediendo como la voz
a la lengua y ésta
al misterio aunque alce
ladrillitos, casa o
nido de intimidad
donde se entienden, uno
a otro así debidos
lo pequeño y lo infinito
La balanza siempre está
a la vista, allí,
en la risa de un niño
o en el llanto o trino
de lo que muere y nace
y sobre todo ¡buen
día! aquí, en la mano
tendida. Intentamos
con la ley poner coto,
afán desmesurado
de ser donde perdemos
nuestro ser por jerarquía
Está bien, si imantada
por la fe nos uniera
la vara de esta ley
que separa y ordena,
sostenidos por otro
nos ponemos de pie,
no es la propia boca
aquello que queremos,
sino la intuición
de que lo propio vuelve
sólo desde lo ajeno
La mañana de invierno
acuna, la palabra
saciada en el silencio
habla, pero no si antes
no pasa por el trueque:
¡lindo el día!, ¿un mate?,
hasta la vuelta, siempre
El jardín de los milagros
Temprano en la mañana mi madre intenta
llamarme por teléfono, y en la tarde
luego me cuenta: “tan hermosa noticia
tengo”, con una voz de aterciopelado
misterio, muy serena y suave anunciando
“la pequeña magnolia se abrió en dos flores
por primera vez”. Hay justicia, pensé
con un agua dulce que se abría paso
en mi corazón. Esa magnolia que ella
plantó bajo la mirada de mi padre
años atrás diciéndole melancólico
“si no la verás florecer, tarda tanto”
Y yo, verano tras verano mentía
un poco o creía o pasaba revista
de las pequeñas magnolias florecidas
que supe visitar en una placita
por Colegiales, adonde robé aquella
reina blanca, perfumada y frágil que huelo
aún en la distancia como si fuera,
como si hubiera sido una hostia pascual
o el cuerpo de la amada, la comunión
con lo bello del mundo, como mi madre
lo siente ahora y lo dice en esa voz
que me parece el cantar de los cantares
Florecerá, le aseguraba, el próximo
verano, ya verás, y hoy ha sido visto,
esta vez se unieron belleza y justicia
para ganarles juntas, las dos al tiempo.
He construido un jardín...
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.
Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
Marea de mi corazón ...
Marea de mi corazón
déjame ir
en las ligustrinas
como un insecto o como la
misma ligustrina en el rumor
en el rasante
vuelo de las
golondrinas alrededor
de los aleros en la música
minimal donde se hunde
mi vecino mientras tapiza
con golpecitos los respaldos
de las sillas en el sol
rasgado por la brisa
no ser lo otro
lo que mira. Desligarme
del ser hacia aquel
estar mayestático de
la dicha. Alfombra
de orquídeas diminutas
sobre el pasto florecen
antes que la máquina
cortadora de césped
las arrase ¿aprendieron?
Corolas violáceas
enjoyadas que emergen
en cinco días de sus tallos
aprendieron la brevedad?
de la vida sin ser
lo otro que del origen
nos aparta.
Destino
Tablas acosadas por la humedad y el bicho
guardan mi corazón como un lucero
y no me importa la gente ni la plata
sino el crac crac del grillo en la mañana
del silencio, el gallo allá a lo lejos
y ese girar de Talita que busca el sitio
para echarse al sol en el alero
mientras la sombra de papá en su silla
me dice sí y alcanza un mate con
cáscaras de naranja, sí, m'hijita,
cerrá tu vida en este círculo que acaricia
los pasos del principio con las huellas
nítidas del final.
Diana Bellesi
Diana Bellessi nació en Zavalla, Santa Fe, Argentina, en 1946. Estudió la carrera de filosofía en la Universidad Nacional del Litoral. A finales de los años sesenta recorrió a pie toda América, a lo largo de más de seis años. En 1972 publicó en Ecuador su primer libro de poemas, Destino y propagaciones. En 1975 regresó a Buenos Aires, y en 1981 consiguió publicar Crucero ecuatorial. Desde muy joven se identificó con las tesis feministas, aunque literariamente siempre ha negado la existencia de una poesía femenina específica. Formó parte de la redacción de la revista Revista Feminaria desde su fundación en el Consejo de dirección. Perteneció también a la redacción de Diario de Poesía hasta 1991 y fue una de las fundadoras de la cooperativa editorial Nusud.
Durante dos años trabajó en talleres de escritura en las cárceles de su ciudad de residencia (Buenos Aires). Ha traducido a poetas como Ursula K. Le Guin, Denise Levertov, Adrienne Rich y Olga Broumas.
En 1993 consiguió la beca Guggenheim en poesía, y en 1996 la Beca Trayectoria en las Artes de la Fundación Antorchas. Reside en la ciudad de Buenos Aires, trabajando en formación y supervisión literaria.
En 2004 obtuvo el Premio Konex - Diploma al Mérito en la disciplina Poesía: Quinquenio 1999 – 2003, otorgado por la Fundación Konex. Fue galardonado nuevamente con el mismo premios en 2014, esta vez por el Quinquenio 2009-2013.
A finales de marzo de 2008 participó en el Cuarto Festival Internacional de Esmirna (Turquía), dedicado a Latinoamérica.
Fuente: escritores.org